jueves, mayo 12, 2005

Una última carga

Dos volutas de vaho salieron por la nariz del caballo, sobre él, el demonio enfudado en su armadura negra y dorada observaba el que, en unas pocas horas, sería el campo de batalla.

Habían llegado aquella misma noche, esperaban encontrar algo de vida y con ella, algo de esperanza, en el poblado natal del demonio, era allí donde se había criado junto a sus padres adoptivos humanos y donde había pasado buena parte de su juventud, ahora sólo quedaban cenizas.

Él mismo había estado toda la noche de rodillas, en el mismo lugar donde cayó cuando se bajó de su fiel montura y cuando su cuerpo se negó a seguir erguido ante las ruinas de lo que, antaño, fue su morada.

A la mañana siguiente muy pocos le vieron levantarse del lugar, era demasiado pronto y casi todos habían dormido, sino plácidamente, al menos si durante un buen periodo de tiempo, el demonio se había levantado de su postramiento y donde antes había un expresivo rostro ahora sólo podían verse dos ojos negros y brillantes como el azabache, pues la máscara pálida que portaba sobre su cara sólo dejaba al descubierto esa parte de él.

Un siseo le sacó de su ensimismamiento, dos ojos azul cielo le miraban desde la nieve bajo sus pies, los exploradores habían vuelto, y estaban presentando su informe.

- Son una multitud señor. - dijo con su voz siseante el explorador, su capa se agitó bajo el viento helado del valle - y vienen directamente hacia aqui, saben que estamos aqui-

El demonio se limitó a murmurar un agradecimiento y unas órdenes para los exploradores, que rápidamente se fundieron de nuevo con el paisaje.

Su ejercito no era demasiado numeroso, habían partido con la esperanza de encontrar apoyo en los dragones del norte, los gélidos dragones de escamas blaquiazules, pero por ahora solo habian conocido la desolación y la muerte en aquellos campos antaño lugar de trabajo y de risas.

Dispuso a su ejercito aprovechando el terreno y quedaron a la espera del confrontamiento final, aquella tarde se decidiría parte de la Gran Guerra en aquel pequeño campo de batalla, si caían, la Alianza estaba condenada, pues sin el apoyo aereo de los dragones no habría mucho que hacer.

La máscara perlada y con trocitos de nieve pegados relució cuando el demonio se giró para observar a sus comandantes en jefe que, junto a él, liderarían la ofensiva en campo abierto.

Repaso mentalmente todos y cada uno de los puntos estratégicos de aquel campo de batalla, ahora tan solo quedaba esperar...

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